Reflexión política y pasión humana en Maquiavelo

Rafael Braun, “Reflexión política y pasión humana en el realismo de Maquiavelo”, en: Desarrollo Económico, vol 13, nº 49 (abril-junio de 1973), págs. 79-99.

https://web.archive.org/web/20170922225357/http://biblioteca.clacso.edu.ar/ar/libros/maquiavelo/braun.pdf

 

            Este artículo, escrito por el padre Rafael Braun (1935-2017), doctorado en Filosofía en la Universidad de Lovaina (Bélgica), profesor de Teología Moral en la Facultad de Teología de la UCA, director de la católica revista Criterio entre 1978 y 1993 (y tío del Jefe de Gabinete Marcos Peña), nos viene recomendado por el prestigioso economista Juan Carlos de Pablo. En el, se busca reconstruir la antropología del célebre autor florentino Niccolò Machiavelli (1469-1527) a través de sus obras.

 

            En primer lugar, Braun se propone determinar el objeto de estudio de Machiavelli y su abordaje del mismo. El objeto de estudio es lo que podríamos llamar, en un lenguaje moderno, la política. Machievelli propone un abordaje del mismo que sea: a) empírico, y no teórico, y b) que observe lo que es, y no el deber ser. Esta opción se encuentra justificada por la finalidad del estudio: enseñar al príncipe o a los ciudadanos a mantener y acrecentar su poder. Es este fin práctico el que impone este abordaje calificado por Braun de realismo gnoseológico.

 

            Las fuentes de conocimientos empíricos a las que Machiavelli se propone acudir son dos: su experiencia personal y la Historia. En cuanto a su experiencia personal, Braun nos deja amablemente algo muy semejante a un curriculum vitae de Niccolò Machiavelli:

 

La participación de Maquiavelo en los asuntos públicos de Florencia comienza el 19 de junio de 1498 cuando es electo secretario de la segunda Cancillería. Durante los catorce años en que permaneció en la función pública tuvo ocasión, como diplomático, de entrar en contacto y ver actuar de cerca a importantes personajes de su tiempo. En tres ocasiones -en 1500, 1504 y 1510- es enviado a Francia a la corte de Luis XII. En 1502-3 sigue de cerca las maquinaciones y campañas de César Borgia. Está en Roma cuando es electo Papa Julio II en 1503, ciudad a la que retorna en 1506. En 1508 es enviado a la corte del emperador Maximiliano, donde efectúa una estadía de cinco meses. Desde 1505 hasta su deposición el 7 de noviembre de 1512 juega un papel importante en la creación, organización y dirección de la milicia florentina. Su experiencia política se completa en 1513 cuando es detenido y torturado por presunta complicidad en un complot contra los Médici.

 

Como historiadores, nos interesará particularmente la visión de Machiavelli sobre la Historia y su utilidad para la comprensión de la realidad política. Machiavelli sostiene que la Historia es doblemente inferior a la experiencia vivida: en primer lugar, porque la transmisión de la Historia es siempre parcial e incompleta; en segundo lugar, porque la Historia es imparcial y desapasionada. Esto último puede sonar quizás inesperado para un historiador “positivista”: es justamente la distancia temporal la que disipa las pasiones suscitadas por los hechos históricos en sus contemporáneos, lo que hace más difícil comprender los hechos del pasado.

 

Machiavelli deplora que los hombres de acción políticos no se informe casi nunca de los hechos del pasado. Si lo hicieran, y este es uno de los aspectos más importantes de la antropología de Machiavelli, se percataría que las pasiones humanas son siempre constantes. Este hecho, en cierto modo, revaloriza la Historia: pese a las debilidades anteriormente ilustradas, la Historia ofrece enseñanzas de validez universal, y, mejor aún, ofrece la posibilidad de estudiar los mecanismos de la pasión y el deseo humanos que, como se ha dicho, son constantes.

 

El conocimiento de la Historia es, entonces, fundamental para el político, pero solamente un aspecto de la Historia: el que le mejor le enseñe a operar efectivamente sobre la realidad.

 

Es sabido que la antropología de Machiavelli es pesimista. Aquí, sin embargo, Braun introduce una interesante distinción sobre los dos niveles de pesimismo en la misma. En primer lugar, un pesimismo ontológico, fundado en el hecho de que los deseos de los hombres son insaciables, pero los medios para satisfacer esos deseos no lo son (aquí los principios de la antropología de Machiavelli coinciden con los de la Economía moderna). No solamente ello, sino que además los deseos de los hombres son contradictorios: esto cierra las puertas a una ética como la propuesta por Aristóteles, basada en la persecución de la via media. No queda otra opción al hombre, dada su naturaleza, que perseguir sus pasiones excesivas y contradictorias hasta el final. La idea del inagotable dinamismo de los acontecimientos humanos acercará a Machiavelli a concepciones cíclicas de la Historia, en particular la de Polibio.

 

El segundo orden del pesimismo maquiavélico es ético: los hombres se encuentran más inclinados a realizar el mal que a hacer el bien. Se trata de un problema, diríamos en un lenguaje moderno, estadístico. No se excluye la posibilidad de la virtud individual, pero tampoco se puede esperar en una comunidad que el comportamiento modelo, promedio (por así decirlo) sea virtuoso. A nivel de las comunidades, la realización del mal es la norma, a menos que las impulse la necesidad. Es justamente la necesidad de protegerse de otras comunidades lo que las lleva a organizarse; siendo la sociedad política el principio de limitación de la inclinación natural del hombre a la violencia.

 

Este concepto moral es, sin embargo, rechazado por los miembros de las comunidades realmente existentes. Machiavelli desarrolla entonces la noción de una doble moral. Existe una moral del hombre privado y una moral del hombre público. Desde luego que a Machiavelli le interesará particularmente elaborar la segunda. Aquí justamente el florentino se anticipa a la afirmación de Max Weber, según la cual a cada vocación le corresponde su propia deontología particular (Politik as Beruf, 1919).

 

La moral del político es de una moral teleológica, en la que, como reza la célebre fórmula maquiavélica, la finalidad justifica a los medios. Sin embargo, en la visión de Machiavelli, la finalidad positiva se encuentra claramente designada: es la consecución y la conservación del poder, y la preservación o reforma del Estado.

 

Frente a esta antropología maquiavélica existen dos factores externos, la necesidad y la fortuna. Estas delimitan el campo de acción del hombre, sin anular su libertad. Por ello, el hombre político virtuoso es aquel que, armado con su conocimiento de los hombres y de las cosas, y sabedor de las consecuencias de las acciones, traza su rumbo en plena consciencia de esos factores limitantes.

 

Machiavelli concebía a la comunidad política como una realidad esencialmente conflictiva, surcada por tensiones irresolubles. Su mejoramiento, en su concepto, provendría de la canalización efectiva de estas tensiones por el cauce de la ley. Se trata de que los conflictos se resuelvan en modos que no resulten destructivos para la sociedad. El ordenamiento legal es el supremo propósito de la actividad del político: es la razón que no anula a la pasión, pero la controla. Será entonces el ideal de Machiavelli los gobiernos de forma mixta, en que los distintos elementos se contraponga y anule entre sí (podemos ver aquí un embrión de la doctrina de la división de poderes).

 

El modelo de sociedad política que propone Machiavelli no está fundado en una visión optimista del hombre, ni en una sociedad organizada por el mutuo consentimiento (como en las teorías contractualistas), sino, por el contrario, en una antropología negativa y la noción de un antagonismo continuo en el seno de la sociedad. Es solamente la institucionalización del conflicto, aceptada la medida de pasión irracional en todas las cosas humanas, la que puede canalizar la violencia contenida en las relaciones sociales, creando un espacio para una cierta, y limitada, libertad.

 

Escribe: Federico Bruzone, 15 de mayo de 2021.

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