Reseña del podcast "The Abbasid Revolution", de la serie The Golden Age of Islam

            Se trata este podcast de la séptima entrega en el ciclo The Golden Age of Islam de David F. Dimeo, profesor adjunto de Árabe en la Universidad de Western Kentucky. 

 

Pese a que la transición entre la dinastía omeya y la dinastía abásida es usualmente descripta en la historiografía como la "Revolución abbásida", en realidad, dicha transición fue mucho menos brusca de lo que el término parece indicar. El período del gobierno de la dinastía omeya, en sus dos ramas, sufyánida y marwánida, fue de casi un siglo (desde 651 hasta 750 d.C.), y duró exactamente mil meses. El gobierno de esta dinastía se caracterizó esencialmente por su impulso al proceso de expansión de las fronteras del estado islámico, que durante la casi totalidad del período fue el único detentador de legitimidad dentro del mundo islámico, mientras que los muchos rebeldes del período apuntaron al reemplazo de la dinastía, no a la disgregación territorial del Islam.


La principal razón de discordia durante el período omeya era la percepción, por parte de los súbditos del imperio islámico, del favoritismo de los omeyas para con su clan dentro de la tribu de Quraysh. La facción que finalmente habría de derrocar al califato omeya, los abbásidas, supieron formar, para el período de gobierno de Hisham (724-743 d.C.), una organización secreta, conocida como la Hâshimiyya, pues reivindicaban el califato para los descendientes de Hâshim, bisabuelo paterno del Profeta Muhammad, y a la cual el clan de los abbásidas (descendientes de Abû al-'Abbâs, tío paterno de Muhammad) pertenecían. 


La revolución abbásida tuvo un carácter complejo: por un lado, la organización secreta de la Hâshimiyya, desplegaba una red de agitadores y subversivos desde Kufa, ciudad perennemente indispuesta en contra de los omeyas y centro de la agitación chiíta, con la cual los abbásidas buscaron confundirse. Por otro lado, la fuerza militar del movimiento estuvo provista por Abû Muslim al-Khurâsânî, antiguo agente de la Hâshimiyya que había logrado tomar el control de la rama khurâsâní del movimiento. Desde la provincia del Khurâsân, capturada en 747 para las fuerzas abbásidas, las tropas de Abû Muslim avanzaron hacia Kufa y enfrentaron en el campo de batalla, finalmente, al ejército de Marwân II en la batalla del Gran Zab, donde alcanzaron la victoria. Dimeo dice que la victoria abbásida fue sellada con la conquista de Damasco, lo cual es incorrecto: recordemos que Marwân II había desplazado ya la capital a Harrân, en la Jazîra (Alta Mesopotamia).


Otra complejidad de la revolución abbásida fue que el beneficiario final del movimiento anti-omeya siempre estuvo oculto, supuestamente para protección de su persona. La revolución se proclamaba en nombre del Imâm al-Ridâ, el "imam satisfactorio de la familia de Muhammad". Esta fórmula abierta prometía una elección por medio de una shurà, un consejo de notables que elegirían al más satisfactorio de los miembros del clan del Profeta. Debe dejarse de lado aquí el preconcepto de que los abbásidas quedarían automáticamente excluídos de esta selección por ser descendientes del tío incorrecto de Muhammad (Abû al-'Abbâs y no Abû Tâlib), pues la noción de la "familia del Profeta" parece haber sido bastante más amplia en estos años de lo que después contemplaría la ortodoxia chiíta.


El nombre del nuevo califa fue proclamado en la mezquita de los viernes de Kufa en octubre de 749, y se trataba de Abû al-'Abbâs b. Muhammad. Aquí Dimeo reitera la perspectiva errónea de que el sobrenombre (laqab) al-Saffâh "el derramador", aplicado retroactivamente al nuevo califa a partir de una frase saliente de su discurso inaugural, fue el primero de los laqab honoríficos que caracterizarían al período abbásida intermedio. En verdad, los laqab de los primeros abbásidas no tuvieron un contenido honorífico sino claramente mesiánico, y pretendían identificar a los califas con la figura escatológica islámica del Mahdi ("el bien guiado").


El establecimiento de la dinastía abbásida se caracterizó prontamente por la persecución de los restantes miembros de la familia omeya (asesinados el 22 de julio de 750 en Abû Futrus, Palestina, donde habían sido invitados so pretexto de un banquete de reconciliación), por la ruptura con los chiítas que habían brindado inicialmente su apoyo al movimiento (rebelión del hassánida Muhammad al-Nafs al-Zâkiyya en Medina, en 762-3), y por la destrucción del poder de Abû Muslim tras su asesinato en 755 d.C. en al-Madâ'in (antigua capital sasánida de Seleucia-Ctesiphon). Fue la habilidad política del segundo califa abbásida, Abû Ja'far 'Abd Allâh b. Muhammad al-Mansûr la que logró evitar la rebelión del ejército khurâsâní luego del asesinato de su líder, Abû Muslim, trasladando en masa a dicho ejército a su nueva capital de Baghdad, fundada en 756 d.C.


Dimeo resalta el traslado de la capital desde Damasco a Kufa por al-Saffâh, antes de la creación de Baghdad (hemos visto como en realidad Damasco había perdido esta posición en 744), pues para el representa el paso del califato a la esfera cultural persa. Sin duda hay algo de esto, aunque no se debe reducir la dimensión cultural propia del Iraq. Se trataba de una medida lógica, dado que el Iraq era por lejos la provincia productora de las mayores rentas fiscales (en consecuencia de su riqueza agrícola) en el imperio, y ya el traslado de la capital a Harrân en la Alta Mesopotamia, por parte de Marwân II, anticipa en alguna medida este paso. La influencia persa ciertamente comenzó a sentirse en el Iraq y las provincias orientales del imperio a partir de la llegada de una nueva cultura administrativa de raigambre persa-oriental (pero de lengua netamente árabe) proveniente del Khurâsân, que aportaba al imperio no solamente soldados, sino también fieles administradores.


Ciertamente, como indica Dimeo, el establecimiento de Baghdad fue una de las mayores glorias de al-Mansûr. A diferencia de las anteriores capitales islámicas, se trataba esta de una fundación ex novo, una ciudad planificada de acuerdo a los antiguos patrones sasánidas, con un perímetro circular cuya geometría reproducía la noción sasánida del cosmos. Con todo, el carácter persa de la nueva ciudad se encontraba balanceado por la presencia de la Gran Mezquita en el centro de este círculo, junto al palacio califal, e idéntica intención transmite el nombre oficial de la nueva capital, Medîna al-Salâm, "Ciudad de la Paz (= el Islam)". Por lo demás, como gran administrador que era, al-Mansûr pasó a la historia islámica como un gobernante avaro, típica impresión que un control estricto sobre las finanzas y un afán por el mantenimiento del equilibrio presupuestario dejaban entre las clases intelectuales dependientes del patronazgo califal. La ciudad se componía, entonces, de círculos concéntricos fortificados, con cuatro puertas abiertas a las cuatro direcciones geográficas: las puertas de Kufa, de Basra (el puerto principal del Iraq), de Siria y del Khurâsân. El centro de la ciudad, como hemos dicho, contenía un complejo que unía palacio y mezquita, el palacio de la Cúpula Verde (al-qubba al-khadrâ'); más tarde se crearía el palacio de la Eternidad (qasr al-khuld). Se suponía que la población habría de vivir en el perímetro externo del círculo de la ciudad,  mientras que el espacio entre el palacio y el perímetro debería encontrarse despejado. Esta disposición particularmente molesta fue prontamente abandonada.


Una posición política fundamental que surge en el período abbásida es el visir (wazîr). Inicialmente el secretario personal del califa, a medida que el período de la dinastía abbásida progresa los detentadores de esta posición comenzarán a adquirir un control cada vez mayor sobre una administración mucho más amplia y centralizada que en el período omeya. La posición terminó, muchas veces, convirtiéndose en hereditaria, como solía suceder con las posiciones administrativas en general. Dentro del califato temprano se destaca la influencia de la familia barmákida, de origen budista khurâsâní (habían sido anteriormente administradores del monasterio de Nawbihar al oeste de Balkh), cuyos miembros más importantes fueron Khâlid b. Barmak, activo entre 742 y 781/2, y su hijo Yahyà b. Khâlid, activo entre 786 y 803 d.C. Esta familia, que gobernó el imperio en su período de mayor prosperidad, eventualmente se convirtió en la más rica y poderosa luego de la propia dinastía, resaltando como grandes constructores y patrones de las artes. Eventualmente, esta manifestación de potencia y prosperidad fue suficientemente como para alarmar al quinto califa abbásida, el celebérrimo al-Râshid Hârûn, quien les destruyó en una gran purga.


Otra importantísima posición de poder rescatada por Dimeo es la del hâjib, o chambelán de la corte. A diferencia de los visires, que se encontraban a la cabeza de la administración general, los chambelanes eran la máxima autoridad en el palacio, luego del califa, y dirigían la vida privada del gobernante, controlando así el acceso a su persona. Dentro de los chambelanes más destacados del período se resaltan al-Rabî' b. Yûnus (sirviente de la dinastía desde los tiempos de al-Saffâh hasta su muerte en 785/6) y su hijo al-Fadl b. al-Rabî' (hâjib desde 795/6, igualmente visir desde la destitución de Yahyà b. Khâlid en 803, hasta el derrocamiento de al-Amîn por al-Ma'mûn en 813). Al-Rabî' b. Yûnus había nacido como esclavo, y había sido gracias a sus dotes poéticas que había logrado captar la atención de al-Mansûr, utilizando luego su cercanía al califa para adquirir terrenos en la nueva ciudad de Baghdad y realizar pingües negocios inmobiliarios (fue justamente al-Rabî' el realizador del Palacio de la Eternidad). Esta biografía demuestra como en el período abbásida se abrió una vía mucho más amplia para el ascenso social en base al mérito, a diferencia del período omeya donde la descendencia había tenido un peso mucho mayor.


La relación de los abbásidas con el resto de la familia del Profeta fue particularmente dificil. La Shi'a no cesó en sus reclamos de supremacía para la familia de Abû Tâlib. Aunque aquellos miembros de dicha familia que se avinieron a una reconciliación con al-Mansûr fueron ricamente recompensados con pensiones, propiedades y palacios, no todos ellos aceptaron ese trato. En 762-3 se desató la rebelión de Muhammad al-Nafs al-Zâkiyya en Medina, mientras que su hermano Ibrâhîm se alzó contra los abbásidas en Basra. La represión de esta rebelión marcó la ruptura definitiva de los abbásidas con los chiítas.


La dinastía abbásida, al igual que la omeya, no supo resolver del todo satisfactoriamente el problema de la sucesión en el poder. Como en el caso de los omeyas, la designación de un sucesor era una prerrogativa del califa reinante, pero no existían garantías sólidas de que la voluntad de su testamento se cumpliera. En lugar de una investidura, en el mundo islámico se practicaba una ceremonia de juramento llamada bay'a, empleada ya desde tiempos del Profeta, y que tenía un carácter fuertemente personal. Naturalmente, siendo tan vasto el imperio, la bay'a se realizaba personalmente ante el califa solamente por parte de unos pocos y selectos hombres de confianza, que luego recorrían las provincias administrando la bay'a en tanto delegados del califa. En este contexto, la posición del chambelán era fundamental. Por ejemplo, al-Rabî' b. Yûnus jugó un papel fundamental en la sucesión de al-Mahdî. al-Rabî' b. Yûnus mantuvo la muerte de al-Mansûr oculta, contactándose con los líderes militares y seduciéndoles por medio de sobornos, de modo que ingresaran al palacio en secreto y prestaran la bay'a a al-Mahdî, hasta el momento en que pareció conveniente anunciar la muerte de al-Mansûr.


Dimeo rescata de al-Mahdî (r. 775-785) su vocación de solidificar la autoridad religiosa del califato mediante la persecución de la heterodoxia y la búsqueda de una definició de la ortodoxia. Pasando por encima del breve reinado de su sucesor al-Hâdî (r. 785-6), Dimeo rescata del reinado de Hârûn (r. 786-809) no por sus realizaciones personales, sino por la fama dejada en la cultura popular árabe (él es el personaje principal de una serie de relatos en Las Mil y Una Noches) y por la estabilidad y prosperidad de su período de reinado. Luego Dimeo toca el tema de la sucesión de Hârûn, pero dando por cierta la idea de que Hârûn estableció una partición del reino y un programa de sucesiones entre sus hijos, idea que es casi ciertamente errada (el único sucesor de Hârûn habría sido su hijo al-Amîn). 

 

Escribe: Federico Bruzone, 1 de septiembre de 2021.

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